San Francisco Javier bautizando

  • Autor: Claudio Coello
  • Época: 1680-1683
  • Obra: Óleo sobre lienzo
  • Ubicación: Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Valdemoro (Madrid) [Diócesis de Getafe]

IMAGEN Y TEXTO OFRECIDO POR LA FUNDACIÓN DE LAS EDADES DEL HOMBRE

Entrando en lectura e inspección de este hermosísimo lienzo pintado por Claudio Coello, bien podríamos remitirnos como primera fuente de invención literaria a la Vida del Padre Francisco Xavier, escrita en latín por el P. Horacio Turselino y traducida posteriormente al romance por el P. Pedro de Guzmán, biografía del santo publicada en Valladolid el año 1600. Después, para completar su semblanza tendría el bien llamado Apóstol de la Indias y nuevas gentes posteriores biografías que a buen seguro terminarían por ajustar en el pincel de Coello la ideal imagen iconográfica del misionero jesuita; ayudándose, eso sí, igualmente, de un sinfín de dibujos y grabados, tales, por ejemplo, como el realizado por Pierre Miotte para ilustrar El Peregrino Atlante de D. Francisco de la Torre en 1731.

Ateniéndonos a la composición, esta, sin desdecir caudales y hallazgos de la clásica escenografía barroca y de mostrar querencia de elementos compositivos de variada procedencia, déjase hablar en el lenguaje interno del lienzo el estilo dinámico, permeable y sensible de los modelos flamencos; y, expresamente, en su retórica inventiva, pareciera hacer uso Coello de la innegable elocuencia del maestro de Amberes, siendo aquí, Rubens, posible inspirador tanto de escorzos como de efectos de articulación y fuga. En fin, saberes aprendidos que quedan después magistralmente declamados por Coello en ordenada composición a través de todos sus diversos términos, resaltándose como sobresaliente el enfoque dado al santo, desde abajo, consiguiendo de esta manera la requerida y buscada perspectiva ilusionista.

Prestando ya atención a la figura del santo, y en teatral opulencia de santoral barroco, este se nos muestra en total dinamismo compositivo, casi en ímpetu ascensional, amparado en su acción por un rompimiento de gloria y dejándose leer en su efigie sus adecuados atributos y aditamentos: roquete, estola, sotana, crucifijo, concha, lirio y corona de rosas. Luego vuelve Coello a mostrarse consumado maestro en el arte de saber reproducir con destreza pliegues y telas del santo, significando con sutil refinamiento, y al aire, todos sus finísimos detalles. Pero en dicha ejecución, lo que más nos agrada es la mirada y apostura del santo, como si Coello hubiera sabido traducir como nadie en este lienzo aquella buena gracia y varonil belleza que ya quedara registrada y dicha por el padre Manuel Teixeira, quien lo conoció en Goa en 1552; semblanza literaria que igualmente trataron de caracterizar Rubens, Van Dyck, Poussin y Murillo. Después, en elegante tersura y sugestiva elegancia, Coello nos concluye su personal visión del Santo dándole a la factura de su rostro la correspondiente y debida sincera devoción, manifestada aquí como conviene en expresión pietista y de arrobo, en parecida mirada apiadable a los estilemas gestuales y retóricos de Vicente Berdusan.

Hemos de concluir la lectura de este bellísimo lienzo de Coello haciendo merecido encomio de su vibrante tejido de color, sobresaliendo en su ejecución el sorprendente contrapunto visual y sonoro entre el blanco y el negro, diferentes tintas y tonalidades ambas que suenan, se conjugan y amparan en un precioso brío cromático preñado de luz.

José Ramos Domingo