La vocación de San Pedro
- Autor: Bartolomé de Cárdenas
- Época: Circa 1626
- Obra: Óleo sobre lienzo
- Ubicado: Crucero, lado de la epístola. Iglesia del convento de San Pablo y San Gregorio. PP. Dominicos. Valladolid
IMAGEN Y TEXTO OFRECIDO POR LA FUNDACIÓN DE LAS EDADES DEL HOMBRE

El convento dominico de San Pablo de Valladolid, fundado en 1276, tuvo como protectores a reyes y clérigos poderosos. Cuando el Duque de Lerma asume a comienzos del siglo XVII su patronato, impone una remodelación clasicista que afecta tanto al exterior como al claustro, la decoración de las bóvedas, la tribuna, los enterramientos y el retablo mayor. El tiempo ha sido inmisericorde: la ocupación francesa, la exclaustración, la desamortización, el incendio de 1968 y el inmediato desplome de la cabecera han destruido, dispersado y deteriorado su espléndido patrimonio.
La Vocación de san Pedro, obra de Bartolomé de Cárdenas, fechada en 1612 por Valdivieso, coincide en medidas con otra pintura de la misma mano: La Conversión de san Pablo. Ambas proceden del retablo mayor escurialense que Urrea reconstruye conjeturalmente sobre el contrato de 1626 y la descripción de Ponz en 1787. En 1814, tras el desastre napoleónico, en que probablemente se desmembró, la Junta de Reintegración del Reino instaurada por Fernando VII devuelve a los conventos sus diezmados bienes. La comunidad encarga, por entonces, al “escultor Baamonde” –será Eustaquio Bahamonde (1752-1830), con taller en la calle de las Angustias, miembro de una saga de origen gallego de retablistas muy activos a lo largo de un siglo– un nuevo retablo para la capilla mayor. El que cita Quadrado en 1885 antes del retorno de los dominicos, desproporcionado en la grandeza de aquella arquitectura –lo califica de diminuto–, es, quizá, el que sobrevivió hasta el colapso de 1968, en el que estaban integradas la Conversión de san Pablo y cuatro esculturas de santos dominicos.
La vocación de san Pedro no se incluyó en esta estructura, sino que se utilizó como una pieza independiente. Su emplazamiento actual, en la cegada portada de la capilla de Fray Alonso, es el mismo en que lo vio en 1902 García-Valladolid quien dice que procedía de la segunda capilla de ese lado. En 1968, cuando se hunden las bóvedas, se encontraba en el presbiterio, colgado frente a la tribuna de Lerma (fotografía en El Norte de Castilla). Entonces perdió el remate superior: un tondo con el texto latino del pasaje evangélico flanqueado por dos guirnaldas. El marco jaspeado en varios tonos que hoy presenta concuerda con el modo de Bahamonde y parece una adaptación para pala de escena única.
Pedro, con su hermano Andrés, es el primer apóstol. Faenando en el mar de Tiberíades, dejará su oficio para hacerse “pescador de hombres”. Bartolomé de Cárdenas ilustra eficaz y elegantemente el emotivo momento. En primer término las figuras principales se recogen bajo una diagonal ascendente que puede recordar los Noli me tangere de Correggio y Tiziano. Andrés, detrás, recoge las redes. La verticalidad del formato permite un desarrollo considerable del fondo que muestra el lago con otras barcas, la orilla montañosa, una ciudad –¿Cafarnaún?– con la cúpula de la sinagoga y finalmente un movido celaje de nubes algodonosas. Hacia la lejanía el agua cambia de tono y acentúa un efecto atmosférico de estirpe veneciana.
Cárdenas, nacido en Portugal, se encuentra en Madrid a comienzos del XVII. Con un estilo afín al de Vicente Carducho entra en la órbita del Duque de Lerma del que se acreditará como primer pintor de cámara. Numerosos encargos, algunos en colaboración con Juan Chirinos, de escuela toledana, tres matrimonios –uno de ellos con trágico desenlace–, un hijo y un yerno pintores, su firma en un protocolo para crear una Academia de San Lucas, y su nombramiento como Pintor de la Ciudad por el Ayuntamiento de Valladolid en 1622, son muestra de su integración y prestigio profesional. A los elogios que le dedica Ceán, referidos a la composición, el dibujo, el color, los paños y la anatomía, cabría añadir, a la vista de esta obra, un agudo y brillante sentido del paisaje.
Francisco Javier de la Plaza Santiago